Si, conviene que
Jesús, Resucitado, vaya al Padre. No se entendería de otra forma. Ya se ha
consumido el tiempo suficiente para dejarnos esa Buena Noticia que nos da la
esperanza y la oportunidad de, creyendo en Él, también nosotros resucitar tras
el final de esta vida y volver al Padre.
Sin embargo, nada
de quedarnos solos. Es cierto que Jesús, el Jesús encarnado entre nosotros en
este mundo limitado por espacio y tiempo se ha ido. Y sentimos una sensación de
vacío, de falta de Alguien que llenaba plenamente nuestra vida. Posiblemente
nos invada en esos momentos de desconcierto la tristeza y la sensación de
sentirnos solos e indefensos.
Pero, viene la
promesa del Paráclito, que ya Jesús nos había anunciado para defendernos,
fortalecernos y auxiliarnos en esos momentos de flaqueza y desfallecimiento. No
olvidemos que el diablo está al acecho. Sabe de nuestras debilidades y tiene mimbres
seductores para seducirnos, engañarnos y alejarnos de la amistad íntima con el
Señor.
Necesitamos como
agua de mayo la oración. Una oración confiada, suplicante y perseverante que
nos fortalezca y nos sostenga firmes y unidos al Señor. Una oración – Padrenuestro
– donde le pedimos que nos libre del mal, de ese Maligno que está esperando los
momentos de dudas o flaquezas para seducirnos y ofrecernos los espejismos
placenteros del mundo y la carne.
Tengamos confianza en el Espíritu Santo. Lo hemos recibido en la hora de nuestro bautizo y unidos a Él lograremos vencer todas esas tentaciones y seductoras ofertas de un mundo finito que no nos da lo que realmente buscamos.
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