Tu forma de ver y
actuar dará luz o sombra a los que te ven o reciben los efectos de esa forma de
actuar tuya. De modo que según tus obras tu vida será luz y sal o sombra y
oscuridad. Ese es en definitiva tu testimonio que si va acompañado de tu
palabra según la recibes del Señor, tu luz y sal será brillante y sabrosa para
la vida de los que te ven y te rodean.
De ahí la
importancia de tu ser y obrar. Porque, de no ir tu palabra en correspondencia
con tus obras, la luz y la sal que tu vida desprende llegará mermada en penumbra
y desabrida en gusto al corazón de los que las reciben. Significa eso que la
coherencia, según la Palabra de Dios, entre tu vida y tus obras tiene que corresponderse.
De no ser así no llegará al corazón de los que la ven y la reciben.
Experimentamos que
nuestras obras serán buenas si estamos abiertos a la acción del Espíritu Santo.
Porque es el Espíritu de Dios quien obra en nosotros nuestras buenas acciones y
quien convierte nuestros errores en actos buenos y obras de amor. Es lógico y
de sentido común que de un pecador no puede salir nada bueno, al menos lo
suficiente bueno para alumbrar y salar el corazón de otro. Solo injertados en
el Señor nuestras obras serán buenas y tendrán la luz y la sal que realmente
alumbren y den sabor a la vida de los demás.
Realmente seremos luz y sal en la medida que sepamos humildemente aceptarnos como hijos de un mismo Padre Dios y que nuestras vidas, injertadas en Él, sean instrumentos en sus manos para, por su Gracia, ser y dar luz y sal de su Amor Infinito y Misericordioso, la Buena Noticia de salvación.
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