Es verdad que en
el trajín del día y seducciones que a lo largo de él se nos presenta, nuestra
debilidad se hace manifiesta. Pero, también es evidente, y mi experiencia así
me lo manifiesta, la búsqueda de espacios de soledad, de reflexión y oración
levanta el ánimo, restablece la fortaleza y ayuda fuertemente a emprender el
camino con esperanza y alegría.
Constatamos que
las lágrimas pueden traducirse en fecundidad si somos capaces de no quedarnos
en la soledad, sino desde ella, y fortalecidos nos impulsamos a compartir y a
servir. Cada momento de tristeza nos puede fortalecer si entendemos que son
momentos de gloria, de calvario y de caridad. Solo en el dolor tenemos la
oportunidad de amar y darnos por amor a los demás.
Indudablemente que no podremos hacerlos desde nosotros mismos pero, ¿y el Espíritu Santo, para qué está? Ha bajado a nosotros desde la hora de nuestro bautismo para ayudarnos y asistirnos en esos momentos de dolor y sufrimiento. En Él podremos resistir y salir victorioso con gozo y alegría.
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