El Reino de Dios
se esconde en la disponibilidad de darte y dar; en el gozo de ser útil en el
servicio al pobre y desvalido de forma gratuita y desinteresada, y sin espera
de recompensa. Es evidente, la experiencia nos lo dice así, cuando se actúa de
esa manera se experimenta un gozo y alegría diferente a la propia satisfacción física
o corporal. Es una alegría que se perpetua en el tiempo y que deja hulla de
gozo en el corazón.
Esta experiencia
declara palpablemente que el Reino de Dios está cerca. Un Reino que se hace visible
en lo ya comentado, pero que también deja malestar, contradicciones, dolor y
sufrimiento. El día a día da tanto gozo
como dolor. Trae alegría y preocupaciones, pero esconde, para quien sabe
entenderlo y cree, la esperanza de un Reino futuro pleno de gozo y felicidad.
Se trata de,
ahora, en este momento y mientras camina por este mundo, con todas tus fuerzas,
fortalecido en la fe y en la esperanza, administrar generosamente esa mina que
tu Padre Dios ha dejado en tus manos. Simplemente, con toda tu capacidad – la que
se te ha dado – dolor, gozo y lágrimas, pero siempre confiado y esperanzado en
la Palabra de nuestro Padre Dios. Sin perder de vista que aquí, en este mundo,
caminamos con la cruz a cuesta pero avanzamos hacia la plenitud del Reino de
Dios. Allí todo será gozo y felicidad eterna.
A quienes arriesgan su vida en esta aventura de amor misericordioso y
soportan el peso de la espera del cumplimiento definitivo, se les regalará un
don sin medida. Simultáneamente, y en eso está fundamentada y apoyada nuestra
esperanza, todos nuestros fallos, pereza, negligencia, tacañería, egoísmos, y
resistencias a la aceptación de la Buena Noticia y a permanecer replegados a la
esterilidad, tal sucedió con aquel que entierra la mina, habrán de ser
purificados para que el Reino emerja en plenitud. (Del comentario miércoles 22
del Evangelio Diario en la compañía de Jesús).
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