Ellos nunca quisieron
entender lo que Jesús les decía. Consideraban blasfemia que Él siendo hombre se
hiciera Dios. No les molestaban sus obras ni siquiera sus milagros. Lo que no
podían admitir era su confesión de ser Hijo de Dios y de que sus obras eran las
de su Padre. Tanto que llega a decir: (Jn 10,31-42) «¿No
está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a
aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la
Escritura— a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le
decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras
de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed
por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el
Padre».
La cuestión, que
hoy también sucede, es que tienen el corazón cerrado a la acción del Espíritu
Santo. La fe, don de Dios, no puede entrar si mantenemos el corazón cerrado y
no permitimos entrar al Espíritu Santo. Eso sucedió ayer y también sucede hoy.
Se hace imprescindible abrir nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo
para que la fe pueda asentarse en nuestro corazón. Sin Él nos será imposible
creer.
Dios, nuestro Padre,
nos ama con locura y quiere, por medio y a través de su Hijo, el predilecto, anunciarnos
y revelarnos su Amor. Pero nos deja libre elección. No quiere forzarnos ni
seducirnos para que le amemos y abramos nuestros corazones. Quiere simplemente
que seamos libre para optar por creer en su Palabra y seguirle. Así que la
elección nos corresponde a nosotros.
Y eso es peligroso
y de gran responsabilidad porque nuestra naturaleza está debilitada por el
pecado. Para el mundo, demonio y carne – enemigos del alma – les es muy fácil
seducirnos y engañarnos y, en consecuencia, apartarnos del camino del bien y
del amor misericordioso. Por eso necesitamos el auxilio, el acompañamiento y la
acción del Espíritu Santo, para que, fortalecidos en Él, podamos ser fuerte y
salir victoriosos de esa lucha a muerte de cada día. Y eso exige como primer
paso abrir nuestro corazón.
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