viernes, 22 de marzo de 2024

QUERÍAN APREDREARLE PORQUE DECÍAN QUE BLASFEMABA

Ellos nunca quisieron entender lo que Jesús les decía. Consideraban blasfemia que Él siendo hombre se hiciera Dios. No les molestaban sus obras ni siquiera sus milagros. Lo que no podían admitir era su confesión de ser Hijo de Dios y de que sus obras eran las de su Padre. Tanto que llega a decir: (Jn 10,31-42) «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre».  

La cuestión, que hoy también sucede, es que tienen el corazón cerrado a la acción del Espíritu Santo. La fe, don de Dios, no puede entrar si mantenemos el corazón cerrado y no permitimos entrar al Espíritu Santo. Eso sucedió ayer y también sucede hoy. Se hace imprescindible abrir nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo para que la fe pueda asentarse en nuestro corazón. Sin Él nos será imposible creer.

Dios, nuestro Padre, nos ama con locura y quiere, por medio y a través de su Hijo, el predilecto, anunciarnos y revelarnos su Amor. Pero nos deja libre elección. No quiere forzarnos ni seducirnos para que le amemos y abramos nuestros corazones. Quiere simplemente que seamos libre para optar por creer en su Palabra y seguirle. Así que la elección nos corresponde a nosotros.

Y eso es peligroso y de gran responsabilidad porque nuestra naturaleza está debilitada por el pecado. Para el mundo, demonio y carne – enemigos del alma – les es muy fácil seducirnos y engañarnos y, en consecuencia, apartarnos del camino del bien y del amor misericordioso. Por eso necesitamos el auxilio, el acompañamiento y la acción del Espíritu Santo, para que, fortalecidos en Él, podamos ser fuerte y salir victoriosos de esa lucha a muerte de cada día. Y eso exige como primer paso abrir nuestro corazón.

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