Confieso que me ha
impactado este Evangelio. Y, ¿cuántas veces lo he leído? Pues, supongo que
muchas, hasta el punto de que en muchos momentos lo pongo como ejemplo de lo
que no se debe hacer. Sin embargo, hoy, al leerlo, me he señalado a mí mismo,
cosa que no me había ocurrido antes.
¿Estaré yo, he
sentido temor, entre esos que hacen prosélitos y luego les doy mal ejemplo? ¿Seré
yo de los que influyan en mis relaciones para que otros se pierdan o se alejen del
Señor? Me hago esa pregunta en este momento, y sólo se me ocurre ponerme
delante del Señor y pedirle que haga que mi vida no sea obstáculo para que
otros – sobre todo aquellos que se relacionan conmigo de alguna manera, incluso
por el camino virtual de Internet, sean peores personas o se alejen más de Ti,
Señor.
Da la casualidad de
que en esta oración «¡Enséñame, Señor!»
que rezo todas las noches, hay una estrofa que dice así: «Que
nunca alguien sea menos bueno por haber percibido mi influencia. Que nadie sea
menos puro, menos veraz, menos bondadoso, menos digno, por haber sido mi
compañero de camino en nuestra jornada hacia la VIDA ETERNA».
Y continúa: Y eso te pido, Señor, enséñame a ser dulce y delicado en todos los acontecimientos de la vida, en los desagrados, en la inconsideración de otros, en la insinceridad de aquellos en quienes confiaba, en la falta de fidelidad de aquellos en quienes yo descansaba.
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