Esa es la pregunta
del millón: ¿A quién vamos a acudir, si Tú, Señor, desapareces de nuestra vida?
Sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna. Esa es la respuesta que sale de lo más
profundo del corazón humano. Al menos, de aquellos que han experimentado la
presencia del Señor en sus vidas.
Pedro, lo había
experimentado aquella tarde noche de sus negaciones. Más sus firmes
convicciones en creer en el Señor y en haber experimentado su Infinita
Misericordia le impulsan a declarar: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes
palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de
Dios».
Y nosotros, ¿qué
decimos hoy y ahora? ¿Creemos firmemente en el Señor a pesar de la dureza del
camino? ¿Nos hemos cuestionado esa pregunta, o simplemente pasamos de ella y
nos limitamos a meros cumplimientos hasta que las dificultades nos impidan
seguir? ¿Cuán es nuestra verdadera actitud?
Es evidente que la
fe, salvo excepciones y la Gracia de Dios, se va fortaleciendo en la
convivencia y relación íntima del día a día, y, sobre todo, con el tiempo. De
la misma forma que el metal se forja golpe a golpe y en la fragua, también
nuestra fe se va gestando en el tiempo y con la experiencia, a veces dura y
difícil de asumir.
¡Claro!, surgirán dudas, debilidades, deseos
de abandono, incomprensiones y oscuridades que no entenderemos, pero, la forja
de nuestra fe necesitará esos golpes que la vayan forjando y moldeando hasta
llegar a experimentar la cercanía y presencia del Forjador. Demos tiempo al
Señor, nuestro Dios, para que vaya, como el alfarero, moldeando nuestro corazón
y fortaleciendo nuestra fe.
Respondamos como Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios». Y démosle tiempo al tiempo. La paciencia es un don que debemos pedir al Señor para dejar que su Gracia y su Infinita Misericordia fortalezcan nuestra fe.
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