El sentido común
nos dice que lo pequeño tiene poca importancia. Esa es la costumbre y como, de
alguna manera, todos tenemos entre ceja y ceja de que lo importante está en las
cosas grandes, suntuosas, poderosas y que nos llama la atención. ¿Acaso algo
insignificante y pequeño puede ser importante y grande?
Natanael era uno
de esos, entre muchos de nosotros, que pensaba de esa manera. No podía
imaginarse que de una aldea pequeña e insignificante como Nazaret pudiera venir
el Mesías: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Y nosotros, ¿qué decimos?
Porque, lo
importante no es lo que pasó, sino lo que nosotros pensamos ahora: ¿Se esconde
el Señor en las cosas pequeñas, humildes, débiles e insignificantes? ¿Dónde le
busco yo? ¿Acaso creo que Dios está en lo grandioso, en lo que considero importante,
en lo notable, en las cosas heroicas y espectaculares? Sería de vital
importancia discernir y respondernos a nosotros mismos sobre esa auto pregunta.
No obstante
debemos asumir que lo verdaderamente importante de nuestra vida se esconde en
lo pequeño. Lo máximo empieza en lo mínimo, y no al revés. La felicidad se
esconde en la grandeza de lo sencillo, de lo que pasa casi sin darnos cuenta,
de lo suave y silencioso que está delante de nuestros ojos. Precisamente, Dios
está en la suave briza, nos recuera algo esta frase.
Busquemos, pues,
en lo sencillo y cotidianos de cada día la presencia de Dios Un Dios que viene
a nosotros desde la humildad de Nazaret después de tomado naturaleza humana en
un simple y humilde pesebre de Belén.
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