Es evidente que si
lo pensamos bien nuestra vida vale poco. Y digo esto porque, por mucho valor
que se tenga, bienes, riqueza y poder, tu vida no depende de todo ese poder,
bienes o riqueza, sino, quieras o no, de la Voluntad de Dios, Señor de la vida
y la muerte.
Tu vida cobra todo
su valor si la pones en manos de Dios reconociéndote su creatura. Porque, has
sido creado por su Voluntad y Amor Misericordioso, y sólo en Él tendrás vida
gozosa y eterna en plenitud de felicidad. Fuera de Él será el crujir y rechinar
de dientes.
Es evidente que el hombre es débil, su voluntad está sometida y esclavizada por el pecado. Y de eso se aprovecha el demonio. El mundo y la carne son sus armas para seducirnos e invitarnos a morder la manzana de la discordia. Porque, nuestra experiencia nos lo dice claramente, de nada vale todo el poder, riqueza y bienes que hayas acumulado. Tu vida no está aquí, porque, aquí tiene un final, no se queda y continúa en otro lugar. Mejor llegar a ese lugar en amistad verdadera con tu Creador.
Y - al demonio - le resulta fácil al contar con nuestra precariedad. Esa es nuestra realidad y nuestra pobreza, la precariedad de nuestra vida. Sin embargo, también tenemos la oportunidad de la Gracia de nuestro Creador, Padre Bueno e Infinitamente Misericordioso. Y eso nos abre la esperanza de redimirnos, no por nuestros méritos – que no los tendremos nunca – sino por el Mérito de nuestro Señor Jesucristo – Hijo único de Dios – que entregando su Vida – por su Pasión y Muerte – gana para nosotros la redención de nuestros pecados y la salvación eterna en la Gloria de su Padre.
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