Es evidente que la
vida es un camino. Camino de búsqueda de felicidad, pero que hay que buscar y
encontrar. Y no es nada fácil hacerlo ni encontrarlo. Además, hay muchos
peligros que nos van a impedir encontrarlo fácilmente, y muchos están dentro de
nosotros mismos.
Nuestra naturaleza
humana se siente atraída por la riqueza y, en consecuencia, el poder. Nos gusta
mandar y que nos obedezcan. No gusta ser poderosos, reconocidos y admirados por
los demás. Nos gustas los honores, la fama y ser distinguido entre los demás. Y,
nuestra gran equivocación se esconde en esos deseos que vienen a ser falsos,
espejismos de felicidad y totalmente vacíos. Detrás de ellos no hay nada. Todos
esos caminos no conducen al cielo. Son caminos equivocados. Por tanto, engañosos
y erróneos. Caminos de perdición.
Sólo hay un camino que, sin lugar a duda, nos lleva al Cielo. Es el Camino, la Verdad y la Vida que se esconde en Xto. Jesús, nuestro Señor. Él es la respuesta a nuestra búsqueda incesante de la felicidad. Él es el Camino que nos lleva a ser felices eternamente. La Verdad que orienta nuestra vida y le da sentido y esperanza para soportar todo los avatares que, precisamente, la vida nos presenta. Y, sobre todo, es la Vida, esa Vida que palpita, en y desde lo más profundo de nuestros corazones, que nos llena de gozo, felicidad y esperanza de vernos algún día presentes y reunidos en la Gloria del Padre Justo y Misericordioso que nos ha creado.
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