¡Cuantas veces habré oído esta parábola! Creo que muchas, sin embargo hoy me he dado cuenta de algo en lo que no he reparado nunca hasta hoy. Fue, precisamente, en la Eucaristía cuando me di cuenta al oír en la homilía del sacerdote que la tierra somos nosotros. Puede resultar una simpleza, pues para muchos esto no es nada nuevo, pero yo, lo confieso, observé las enseñanzas de esta parábola desde este punto de vista diferente viéndome como tierra.
Supongo que la habré oído por muchos sacerdotes, en Cursillos de Cristiandad es una de las meditaciónes, y he asistido, por la Gracia de DIOS, ha muchos Cursillos. Sin embargo, hoy el ESPÍRITU quiso que la viese diferente en ese punto: "la tierra". Yo soy la tierra donde el Sembrador, el SEÑOR, ha sembrado. Y como semilla sembrada tengo todo lo necesario para dar frutos; frutos que sirvan para mitigar el hambre; frutos que sirven para sembrar la paz; frutos que sirven para dar la vida; frutos que sirven para sembrar justicia; frutos que sirven para enlazarnos en estrecha fraternidad y hacer reinar el Amor.
Ahora veo mucho más claro la necesidad de la Eucaristía, porque ella representa todo lo que la semilla necesita para crecer y dar fruto: agua para agarrarme a la vida; calor para fortalecer mi raíz; fortaleza para la lucha contra los temporales; paciencia para saber crecer sin prisas; generosidad para dar lo mejor de mí mismo y paz para asimilar toda la savia injertada.
Y todo eso lo recibo cuando como su CUERPO y bebo su SANGRE. Cuantas más veces, mejor. ÉL es el Sembrador que va, regando, calentando, fortaleciendo, suavizando, podando y haciendo de mi el árbol frondoso y útil para lo que fui plantado. Claro, eso necesita de la semilla colaboración, pues ella esta conformada en su interior, ley Natural, para recibido todo lo necesario iniciar la lucha de su sustento diario. extender sus raíces para chupar el agua regada; descubrir sus hojas para dejarse calentar por la luz del día; mover sus ramas al son del viento para fortalecer su tronco, sus criterios, afirmar sus raíces para no dejarse arrastrar y permaneces en su sitio pacientemente; ofrecer toda su riqueza frutal a la tierra que le ha dado todo lo recibido de su sembrador y esperar con alegría y paz dispuesta a la próxima cosecha hasta que su Sembrador disponga.
El camino es apasionante, temeroso, incierto, duro, sufrido en muchos momento, otros serenos y tranquilos, pero esperanzador porque voy con el Único y capaz Sembrador que me hará dar frutos en abundancia: unas veces 30%, otras 60%, otras 100%.
Sólo de esa manera la vida tiene sentido porque nuestros frutos están destinados para comerse, para servir de alimento y vida para otros. ¿Qué sí no otra misión tienen? Negarse a ser sembrado, negarse a ser tierra fértil significa que quiero crecer para mí solo. Significa, que sólo me importo yo y todo lo que me suponga un beneficio e interés, incluso mi familia. Significa, apartar al que me perjudica o da mejores frutos que yo. Significa, quitar todo lo que me estorba para mis proyectos e intereses, incluso la vida. Significa, matar todo lo que impide mi camino y mi propio egoísmo, incluso la eutanasia si se hace menester. Significa muerte y destrucción. Significa tierra descuidada, marchitada y desolación.
El camino es otro por propia naturaleza, más como dice la parábola: "el que tenga oídos que oiga". Todo queda, pues, a nuestro libre albedrío ya que somos semillas que podemos elegir la tierra donde queremos injertarnos para dar lo mejor de nosotros. Sólo que lo mejor es darse y no darnos como hace la semilla: "muere para dar vida".
SEÑOR, tu Palabra llega cada día al campo de mi vida. Y no siempre encuentra la tierra esponjosa y abonada. Mi inconstancia, los afanes de la vida, la seducción del dinero...impiden que produzca en mi los frutos de vida eterna. La semilla es excelente. El Sembrador Divino. El campo quiero que esté siempre preparado.
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