Nuestra Señora de los Dolores
Todo lo que hacemos no supone estar seriamente responsabilizado y comprometido. Hay muchas cosas que hacemos de forma inconsciente o, simplemente, por interés. También, hay cosas que hacemos porque estamos delante de otros que nos ven y por vergüenza o timidez procedemos a hacerlas.
Lo verdaderamente importante es lo que hacemos cuando estamos solos y cuando sabemos que nadie nos mira. Es cuando lo que sale de nuestro corazón es auténticamente genuino y auténtico. Esa es nuestra realidad y nuestra verdad.
Mientras nos encontramos con nosotros mismos vamos peregrinando por nuestra vida actuando de forma diversas según las circunstancias y los compromisos, pero nunca realmente como verdaderamente somos y, por consiguiente, de acuerdo con la vocación para la que hemos sido creados. Se hace, pues, necesario encontrarse y verse realmente por dentro: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo? Y ¿a dónde me dirijo?
Así las cosas, nuestros ideales están inmersos en el mundo en que vivimos: salud – dinero – amor. Todo está impregnado de cierto barniz materializado que esconde todo atisbo espiritual y ahoga nuestros sentimientos más edificante y espirituales.
Y, de acuerdo con ellos, nuestros actos van encaminados a darles satisfacción y a proveernos de felicidad. De esta forma y sin darnos mucha cuenta nos vamos esclavizando por los instintos materiales que dominan nuestro pensar y sentir. Y acabamos pensando de acuerdo como vivimos.
Sin embargo, a pesar de todo ello, el hombre piensa diferente y se enfrenta a la lucha de vivir según piensa, y en su pensamiento lleva el sello de estar llamado a ser plenamente feliz y a una trascendencia que está por encima de él. Toda su vida va a luchar, aun sin saberlo en muchos casos, por alcanzar esta meta.
Y, es por eso, por lo que se hacen muchas cosas que no sabemos ni y por qué las hacemos. Actuamos irresponsablemente, movidos muchas veces por actos instintivos y sentimientos escondidos en lo más profundo de nuestro corazón que no sacamos a flote porque, quizás, nos da miedo.
Nos da miedo hacernos la pregunta: ¿quién soy? Y ¿para qué estoy?, y mucho más aun esforzarnos en respondernos. Sólo, entonces, nos queda un camino: seguir caminando de forma alocada e irresponsable. Y de esta forma se explican muchas cosas que, de otra manera, no se pueden explicar.
En mi reflexión trato de responderme cuales son las causas últimas de mi proceder y actuar. Por qué me acerco y hago acto de presencia. ¿Para qué voy a la comida sí luego no participo? ¿Por qué hago la travesía sí después, durante todo el año, no la conozco, ni trato de intimar con ella? ¿Cómo y por qué le pido sí después hago lo que me parece?
¿Me he formado un camino a mi manera y lo recorro según mis conveniencias e interese? La sensación parece ser esa. Pero también parece más autentico quedarse al margen cuando no se cree. Creo que es más coherente. Concluyo percibiendo que hay mucha mediocridad y mucho mimetismo. Hacemos lo que vemos hacer sin más y eso nos aliena y nos impersonaliza.
Nuestra respuesta queda vacía y sin contenido. Y responderemos justificando que los demás hacían lo mismo, pero eso nunca justificará nuestro proceder. En estos contenidos creo que está mucha verdad del actuar de las masas, porque nos convertimos en ella cuando actuamos así.
Así, cada año, se repetirán las ingentes romerías hacia los santuarios marianos o apostólicos. Los caminos se llenan de peregrinos que aparentan una cristiandad que no reviste solidez ni seriedad. Es sólo fruto de sentimientos transmitidos por costumbres al socaire del divertimento y la distracción, revestido de una ligera capa de cierta tradición religiosa.
Y eso explica que, al igual que Semana Santa, que mañana, al día siguiente, todo siga igual: abortos, explotación, eutanasia, divorcios, atropellos, robos, asesinatos, sexualidad corrupta, y un largo rosario de pecados que instauran el mal en el mundo. Un mal no creado por DIOS, nada malo puede ser creado por DIOS, sino un mal que existe, no por creación, sino como consecuencia del pecado del hombre.
Al elegir mal, sin el concurso de DIOS, el hombre se confunde y se pierde en la ignorancia. Ignorancia de creerse que puede alcanzar sus satisfacciones y deseos, pero que pronto se da cuenta que nada de lo que vaya logrando le satisface plenamente. A través de muchos kilómetros recorrido sólo hay cansancio y desánimo sí el camino se hace sólo.
En el acompañamiento del PADRE BUENO es donde únicamente recobra sentido el recorrido. Y para acompañar antes hay que encontrarse, intimar y emprender el camino juntos.
No se corresponde, pues, la gran cantidad de personas, que salarían el mundo, con las actitudes que testimonia nuestra Madre la Virgen de los Dolores. El camino no se recorre por el lugar adecuado.
Lo verdaderamente importante es lo que hacemos cuando estamos solos y cuando sabemos que nadie nos mira. Es cuando lo que sale de nuestro corazón es auténticamente genuino y auténtico. Esa es nuestra realidad y nuestra verdad.
Mientras nos encontramos con nosotros mismos vamos peregrinando por nuestra vida actuando de forma diversas según las circunstancias y los compromisos, pero nunca realmente como verdaderamente somos y, por consiguiente, de acuerdo con la vocación para la que hemos sido creados. Se hace, pues, necesario encontrarse y verse realmente por dentro: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo? Y ¿a dónde me dirijo?
Así las cosas, nuestros ideales están inmersos en el mundo en que vivimos: salud – dinero – amor. Todo está impregnado de cierto barniz materializado que esconde todo atisbo espiritual y ahoga nuestros sentimientos más edificante y espirituales.
Y, de acuerdo con ellos, nuestros actos van encaminados a darles satisfacción y a proveernos de felicidad. De esta forma y sin darnos mucha cuenta nos vamos esclavizando por los instintos materiales que dominan nuestro pensar y sentir. Y acabamos pensando de acuerdo como vivimos.
Sin embargo, a pesar de todo ello, el hombre piensa diferente y se enfrenta a la lucha de vivir según piensa, y en su pensamiento lleva el sello de estar llamado a ser plenamente feliz y a una trascendencia que está por encima de él. Toda su vida va a luchar, aun sin saberlo en muchos casos, por alcanzar esta meta.
Y, es por eso, por lo que se hacen muchas cosas que no sabemos ni y por qué las hacemos. Actuamos irresponsablemente, movidos muchas veces por actos instintivos y sentimientos escondidos en lo más profundo de nuestro corazón que no sacamos a flote porque, quizás, nos da miedo.
Nos da miedo hacernos la pregunta: ¿quién soy? Y ¿para qué estoy?, y mucho más aun esforzarnos en respondernos. Sólo, entonces, nos queda un camino: seguir caminando de forma alocada e irresponsable. Y de esta forma se explican muchas cosas que, de otra manera, no se pueden explicar.
En mi reflexión trato de responderme cuales son las causas últimas de mi proceder y actuar. Por qué me acerco y hago acto de presencia. ¿Para qué voy a la comida sí luego no participo? ¿Por qué hago la travesía sí después, durante todo el año, no la conozco, ni trato de intimar con ella? ¿Cómo y por qué le pido sí después hago lo que me parece?
¿Me he formado un camino a mi manera y lo recorro según mis conveniencias e interese? La sensación parece ser esa. Pero también parece más autentico quedarse al margen cuando no se cree. Creo que es más coherente. Concluyo percibiendo que hay mucha mediocridad y mucho mimetismo. Hacemos lo que vemos hacer sin más y eso nos aliena y nos impersonaliza.
Nuestra respuesta queda vacía y sin contenido. Y responderemos justificando que los demás hacían lo mismo, pero eso nunca justificará nuestro proceder. En estos contenidos creo que está mucha verdad del actuar de las masas, porque nos convertimos en ella cuando actuamos así.
Así, cada año, se repetirán las ingentes romerías hacia los santuarios marianos o apostólicos. Los caminos se llenan de peregrinos que aparentan una cristiandad que no reviste solidez ni seriedad. Es sólo fruto de sentimientos transmitidos por costumbres al socaire del divertimento y la distracción, revestido de una ligera capa de cierta tradición religiosa.
Y eso explica que, al igual que Semana Santa, que mañana, al día siguiente, todo siga igual: abortos, explotación, eutanasia, divorcios, atropellos, robos, asesinatos, sexualidad corrupta, y un largo rosario de pecados que instauran el mal en el mundo. Un mal no creado por DIOS, nada malo puede ser creado por DIOS, sino un mal que existe, no por creación, sino como consecuencia del pecado del hombre.
Al elegir mal, sin el concurso de DIOS, el hombre se confunde y se pierde en la ignorancia. Ignorancia de creerse que puede alcanzar sus satisfacciones y deseos, pero que pronto se da cuenta que nada de lo que vaya logrando le satisface plenamente. A través de muchos kilómetros recorrido sólo hay cansancio y desánimo sí el camino se hace sólo.
En el acompañamiento del PADRE BUENO es donde únicamente recobra sentido el recorrido. Y para acompañar antes hay que encontrarse, intimar y emprender el camino juntos.
No se corresponde, pues, la gran cantidad de personas, que salarían el mundo, con las actitudes que testimonia nuestra Madre la Virgen de los Dolores. El camino no se recorre por el lugar adecuado.
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