Mateo 7, 21-29. Nos hemos olvidado de lo más importante... |
Lo que importa son las obras que dejan esas palabras. Cada palabra debe prolongarse y testimoniarse en una obra, es decir, en algo concreto que significa, es signo y es fruto de lo que se dice. Pero, si lo que se dice no se transforma en la obra que significa la palabra, algo falla y nada tiene sentido.
No valen las palabras para nada sí no se corresponden con las obras que pregonan. "No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial". Y hacer la voluntad del Padre es vivir en la actitud y el estilo de Jesús, que hizo esa Voluntad del Padre.
Y vivir ese reto es como edificar mi vida sobre roca, que a pesar de las tempestades y vientos, permanece firme y sostenida, porque está cimentada en la Palabra de Dios. Pero todo aquel que construya su casa sobre arenas verá como con los vientos, tempestades y lluvias acabaran por derrumbarla. Alejado de la Palabra de Dios, nada se sostiene.
No se trata de palabras, normas, cumplimientos, sino de encarnar la palabra en tu vida, en mi vida, y vivirla desde la propia vida. Todo lo que haces debe tener respuesta en la Palabra de Dios, pues de Ella derivan todos mis actos. Si eso no es así, de nada vale la relación con el Señor ni nuestras agradables y adorables palabras, pues lo que cuenta es que la palabra se corresponda con la vida.
Y sabemos que la vida está muy por debajo de la palabra. Hablamos mucho, pero hacemos poco. Sí, eso es así, al menos en mi vida. Por eso, pido al Señor que cada día me ayude a que mis palabras no queden en, simplemente, palabras, sino que tengan traducción y vivencia en mi vida. Amén.
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