(Jn 17,11b-19) |
No estamos hechos para las cosas de este mundo. Razonado de otra forma, podemos decir que nuestro destino no es este mundo, porque la vida aquí termina y todas sus cosas son finitas y tienen sus días contados. El mundo ha sido creado por el Padre Dios, y nosotros, pasajeros temporales en él, estamos destinado a otro mundo, el mundo eterno e infinito del Padre todopoderoso.
Será absurdo entonces no levantar nuestra mirada y aspirar a esa vida eterna a la que pertenecemos. Aquí no nos espera sino la muerte de no vivir eternamente en la presencia del Padre, y en el gozo eterno. El mundo es simplemente un campo de batalla donde se libra nuestra salvación. Es el dominio del Príncipe de este mundo y al que vencemos firmemente si lo recorremos injertados en Xto. Jesús.
En su Nombre, Jesús de Nazaret, se nos ha enviado el Defensor, que nos acompañará en la lucha de cada día contra esos dominios, para que el mundo no nos pueda ni nos arrastre a la ausencia del Padre. Tengamos confianza, paciencia y fe en el Espíritu Santo, y siendo dóciles a Él venceremos a las influencias del maligno.
Pero seamos fieles a la Voluntad de nuestro Señor Jesús: "Ser uno como lo son el Padre y el Hijo". Por encima de nuestras diferencias, de nuestras ambiciones y soberbias, debe prevalecer la unidad. La unidad en un solo Dios que nos acoge, nos auna y nos salva por amor. Es de vital importancia un signo visible, una mayor comunión entre los cristianos, cuando con tanta frecuencia nos arrancamos los ojos y despellejamos...¿Qué clase de testimonio es este?
No hay mayor traición a la voluntad del Señor que faltar tan descaradamente al mandato de su Amor.
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