(Jn 20,24-29) |
No es una ocurrencia mía, ni tampoco una adivinanza. Son palabras pronunciadas por Jesús: «Dichosos los que no han visto y han creído». Es decir, que tenemos la posibilidad de ser dichoso si nos atrevemos a creer. Creer es un acto de empeño, de riesgo, de abandono en apostar y confiar en alguien. Creer en Jesús es fiarnos de su Palabra y depositar toda nuestra confianza en Él.
Todos estamos representados en Tomás. Somos de alguna forma tomasinos, por atreverme a decirlo de alguna forma. Nos cuesta creer, exigimos pruebas, garantías y testimonios para creer. Por eso Jesús que sabe cómo somos, se manifiesta en sus milagros, en sus apariciones, y nos da testimonio de lo que dice. En este apartado, Juan nos relata como Jesús reprende a Tomás su incredulidad y le testimonia su presencia.
¿No nos ocurre también eso a nosotros? ¿No dudamos muchas veces de la Palabra de Jesús? Y aun empeñándonos en creer, ¿no experimentamos la impotencia de vivir en su Voluntad? Nos damos cuenta, a poco que reflexionemos, que la fe y la fuerza para vivirla y ser consecuente con ella nos viene del Señor. Él es el motor y el móvil de nuestro ser.
Pero, lo importante que me gustaría destacar es la dicha que podemos alcanzar si abandonamos nuestra confianza en el Señor. Para eso tampoco estamos solos. Contamos con la Gracia y la asistencia del Espíritu Santo. Lo necesitamos, quizás como Tomas necesitó la intervención de Jesús. Dejemosno conducir, invadir por la acción del Espíritu y confesemos al Señor como: ¡Señor mío y Dios mío!
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