Nuestra vida se compone de superponer seguridades. Tras una seguridad pensamos en buscar otra que asegure a ésta por si la otra falla. Y así todo el mundo asegura lo que tiene por si las cosas cambian. No quiero reflexionar sobre si esto está bien o no, sino sobre la actitud de desconfianza en nuestra vida que nos inclina a prever y asegurar todos nuestros pasos.
A veces el camino se hace insoportable pensando que este paso puede ser fatal, o más allá puede acecharnos un peligro. Y pensamos en una póliza para el camino, la excursión o el viaje. Vivimos en constantes procesos de asegurar todos nuestros instantes, y sin embargo, sabemos que tarde o temprano todo fallará.
Por el contrario, hay un seguro que nos promete vigencia infinita y garantía infinita, y además, nos sorprende porque es gratis. ¡No cuesta nada! Y nos exhorta a no cuidarnos mucho ni prever sino lo suficiente: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos,
resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo
recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla
en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni
sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento.
Tendremos seguro el salario, un salario de Vida Eterna prometida por quien puede prometerlo, pues Él ha Resucitado, y en Él todo se ha cumplido. Ocurre como siempre, somos tan ciegos que elegimos siempre lo peor, aunque aparentemente a nuestros ojos nos parece haber elegido bien.
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