(Lc 7,11-17) |
También a nosotros, ¿a quién no?, nos ha ocurrido que al contemplar escenas trágicas y extremas nos hemos compadecido. Una viuda sin hijos en el tiempo de Jesús, era alguien que quedaba desamparada y marginada en la sociedad de aquella época. Jesús no se resistió ante la tragedia de aquella mujer y se compadeció.
Curiosamente, por un lado iba un grupo acompañando a la muerte, tristes y derrotados. Por otro lado, iba Jesús con muchos que le seguían, significando la vida y la alegría de vivir. Jesús, al margen de su compasión, quiero pensar que pudo aprovechar ese momento para decirnos demostrarnos que Él es la Vida y la Resurrección. Quien cree en Él no morirá.
Y los hechos confirman sus palabras. Resucita aquel joven, hijo de aquella viuda, quizás no solo por compasión sino para hacernos ver que Él tiene poder sobre la muerte para dar la vida eterna. Posiblemente, muchas de aquellas personas, tanto las del grupo que acompañaba a la viuda, como de los que iban con Jesús creyeron cuando vieron. Hoy nosotros tenemos la Palabra y la posibilidad de poderla escuchar.
Y es la escucha, como nos dice el Papa Francisco, la que nos lleva a la fe. Por la Palabra sabemos que Jesús es Señor de Vida y Muerte. Él es el Camino, la Resurrección y la Vida.
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