(Lc 7,31-35) |
Sin embargo, hay una esperanza de vida, y vida eterna. Pero resulta que muchos no la quieren ver. No sólo la rechazan sino que desoyen sus palabras y las critican negativamente. Si ayunan, les parece cosa de locos; si comen y beben, entienden que son unos comelones y aprovechados. Si rezan, unos piadosos y falsos. Y dependiendo lo que hagan, serán una cosa u otra.
Se trata de no aceptar sino su verdad. Esa que les mantiene sus intereses, sus comodidades, sus privilegios... Cierran sus oídos y endurecen sus corazones. Tratamos, autoengañándonos, de justificar nuestra pereza, nuestros deseos hedonistas y apetencias distorsionando la realidad. Construimos sobre arena y cuando lleguen las tempestades: enfermedades, tragedias y problemas todas nuestras ilusiones y fortaleza se vendrá abajo.
En tiempos de Jesús sucedía eso, pero también ocurre lo mismo en nuestro tiempo. Murmuramos y desollemos la voz de la Iglesia. Por un sacerdote o seglar corrompido, corrompemos a toda la Iglesia. Si uno hace mal lo utilizamos para justificar que todos los demás también lo hacen.
¿Es esa también nuestra actitud? Quizás unos minutos nos ayuden a reflexionar donde me encuentro yo.
En tiempos de Jesús sucedía eso, pero también ocurre lo mismo en nuestro tiempo. Murmuramos y desollemos la voz de la Iglesia. Por un sacerdote o seglar corrompido, corrompemos a toda la Iglesia. Si uno hace mal lo utilizamos para justificar que todos los demás también lo hacen.
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