(Mc 3,7-12) |
Y lo primero que hizo fue elegir a unos cuantos, le pareció que fuesen doce, y formó una comunidad donde todos se encargaban de algún servicio en concreto. Y desde ahí inició su misión dándoles poderes a sus discípulos para que hicieran lo mismo que Él. Les reveló la Voluntad y el Amor del Padre y los instruyó en la enseñanza de las Escrituras para que ellos la transmitieran a los demás.
Pero, sobre todo, les dejó un estilo de actuación que atraía a todos: su bondad, su forma de escuchar, de preocuparse por los problemas de los demás, sus atenciones y curaciones, sus soluciones y correcciones... La gente sentía la cercanía y el interés del Señor por atenderles y preocuparse por ellos, y por eso les seguían hasta acosarlo con la intención de tocarle.
Estar y seguir a Jesús es vivir en la misma actitud que Él, y eso nos desvía a atender a los necesitados, a los enfermos, a los más pobres y excluidos. No podemos seguirle si no estamos dispuestos a fundirnos en hermandad y unidad, porque sólo la unidad nos revela y testimonia como seguidores de Jesús. Démonos cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los cristianos nos
hemos dividido en católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y un
largo etcétera de confesiones cristianas. Pecado histórico contra una de
las notas esenciales de la Iglesia: la unidad.
Sólo unidos testimoniamos nuestra fe en un sólo Dios y un sólo Hijo, que se hacen Uno para que también nosotros seamos uno.
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