(Jn 13,16-20) |
Jesús nos recuerda que no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Estamos para servir e igualarnos, no para trepar y reclamar que otros nos sirvan. El Papa Francisco nos hablaba que el poder es servicio, y en la medida que sirvas amarás. No hay otra forma de descubrir nuestra intención de amor.
Se hace difícil no sólo entender esto sino vivirlo. Porque no se trata de servicios y obras, pues fácilmente podemos caer en la tentación de valorarnos por las cualidades y servicios que hagamos. No es el hombre un objeto de valor por su bien obrar y hacer, sino una criatura de Dios a la que hay que servir por ser hijo de Dios y hermano nuestro.
No sirve la madre al hijo, débil y frágil, por lo que representa como productor de bienes materiales, sino simplemente porque es su hijo. Y cuanto más le necesite por su debilidad, más le amarán sus padres. Así nos ama nuestro Padre Dios, y Jesús, el Hijo enviado, nos da testimonio de ese Amor del Padre abajándose en el servicio hasta el ejemplo del lavatorio de los pies.
Convierte nuestro corazón engreído y egoísta en un corazón generoso y disponible al servicio por amor. Amén.
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