Lc 15, 1-10 |
Es lógico que cuando se ha perdido algo, se busque. Más todavía cuando lo perdido es de gran valor. La parábola de la oveja o la moneda perdida, son parábolas que dejan muy claro lo que Jesús quiere decirnos y enseñarnos. Siempre habrá alegría y fiesta por aquello que estaba perdido y se ha encontrado, que por lo que permanece bien guardado.
No se trata de que uno tenga más valor o importancia que otro, sino que uno está más necesitado que otro y necesita atención y búsqueda. Son los pecadores los que necesitan más atención, porque están alejados, porque están más en peligro, porque sólo en búsqueda y próximos a ellos pueden ser encontrados.
Por eso se equivocan los que murmuran porque Jesús come y se acerca a los pecadores. Ha venido para dar salvación, y puestas y resguardadas en el redil las noventa y nueve, sale a buscar a la perdida y en peligro. Así quiere y lo hace también la Iglesia. El Papa Francisco nos invita a salir a las periferias, porque son en esos lugares donde se encuentran muchas ovejas perdidas y en peligro.
Danos, Señor, la voluntad de descubrir donde se encuentran muchas ovejas perdidas y que esperan nuestra palabra de aliento y nuestra acción salvadora. Pero danos también la sabiduría de saber cómo poder ayudarles, encontrarles y llevarlos a lugar seguro donde puedan encontrar la salvación. Amén.
Y aceptemos que, a veces, los sacerdotes tienen que dedicar más tiempo y esfuerzo a una persona concreta que, quizá, necesita más atención. No vayamos a ser como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, que ante la alegría del Padre siente celos.
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