(Mc 3,1-6) |
Las consecuencias de que el mundo esté mal se esconden en el mismo hombre. Un hombre que no mira ni le importa su homónimo, sino que mira y se interesa sólo por sí mismo. Aplica la ley, a la que le da más valor e importancia que al mismo hombre porque la adapta, y con ella somete al hombre, a sus propios intereses.
Están al acecho de que Jesús cure en sábado, porque de hacerlo les estropea el plan de su ley y con la que dominan a sus anchas. Sin embargo, Jesús les desafía y les pone en entredicho decidir en sábado sobre la importancia de hacer el bien o dejar que una vida se destruya. Y se callan.
Igual nos ocurre a nosotros, callamos antes muchas cosas que descubrimos como malas y perjudiciales para el hombre. Nuestro corazón endurecido ya no sufre tanto, mira para otro lado y continua su camino perdido y sin rumbo. Porque cuando se esconde la verdad, la mentira no nos deja vivir en paz.
Jesús no critica la ley sino el espíritu radical y la ausente misericordia que excluye toda compasión y caridad con la que se puede hacer el bien y no dejarla pasar por caprichos de la ley. Pero, sobre todo, esa dureza de corazón que les hace incapaz de reconocerlo y le incita a maquinar venganza para quitarlo del medio.
No son cosas ni acontecimientos del pasado, sino hechos que están ocurriendo ahora, en nuestro tiempo y en todos los órdenes. Porque se manta inocentes en el vientre de sus madres por caprichos egoístas; porque muchos pasan hambres y necesidades primarias porque otros no quieren compartir sino vivir mejor; porque la soberbia y el egoísmo separan y crean conflictos.
Y Jesús sabe que sólo el amor es capaz de arreglar todo eso. Por eso nos proclama amar y nos enseña a hacerlo amándonos Él primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.