(Mc 3,22-30) |
Nunca podrás ser curado si antes tú no te pones en manos del sanador. Es condición indispensable para optar a la posibilidad de ser curado. De la misma forma, no podrás ser perdonado si tú antes no reconoces tus pecados y tu miseria. Ese es el primer paso.
De tal forma que, quien no los dé no podrá ser perdonado. Por eso, los pecados contra el Espíritu Santo no serán perdonados. Pero no porque el Señor no quiera y desee perdonarte, sino porque tú no le das esa oportunidad al no reconocerte pecador. Encaja perfectamente con la exigencia de la humildad. Necesitas ser humilde para humillarte y reconocerte pecador. Es entonces cuando buscarás médico que te perdone, y sólo el Señor puede perdonar nuestros pecados.
Eso ocurre hoy, y nada descabellado que ocurra también dentro de la misma Iglesia. Y ocurrió en tiempo de Jesús. El Evangelio de hoy habla de que le acusan de diabólico. Mientras Jesús se compadece por aquellos que están oprimidos y enfermos, los escribas, que se supone que son los entendidos y los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, no sólo no le reconocen sino que le tachan de diabólico. ¡Vamos, como para echarse a reír!
Lo lógico es abandonar y dejarlos ahí con sus especulaciones y mentiras. Porque son guiados por la soberbia y la falsedad. Se esconden a la verdad y no reconocen la Divinidad del Señor. ¡Imposible perdonarlos porque no aceptan ni buscan el perdón! Sin embargo, el Señor resiste pacientemente y nos argumenta lo disparatado de nuestros razonamientos, causa más bien de nuestra soberbia que de nuestra razón, porque todo reino dividido contra sí mismo no puede subsistir.
Danos, Señor, la luz y fortaleza necesaria para doblegar nuestra soberbia y aceptar humildemente reconocer nuestra miseria y pobreza e implorarte que nos perdones. Amén.
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