viernes, 16 de octubre de 2015

LEVADURA ADULTERADA

(Lc 12,1-7)


Hay levaduras que fermentan las masas para acrecentarlas y hacerlas mayores, de forma que dé y sobre para todos. Pero hay otra clase de levaduras que envenenan las masas y enferman a todos aquellos que la comen intoxicándolos de mal. 

Las primeras son buenas levaduras, pero las segundas son levaduras enfermas y malas que se conocen con el nombre de hipocresías. A esa clase de levadura pertenecen los fariseos, que aunque ahora no tengan ese nombre, siguen existiendo como tales. Son aquello que marcan diferencias entre lo que dicen y hacen. Son aquellos que la mentira está a flor de labios, y les importa poco decirla.

Sin embargo, son necios que ignoran, se vendan los ojos,  que toda mentira será descubierta, porque al final todo se sabrá. ¿Para qué entonces ocultarlas? Son aquellos que se afanan en trabajar y coleccionar bienes y riquezas para entregarlas, en un día no muy lejano, a otros que las disfrutarán o las derrocharán. De poco les vale su trabajo o sus mentiras.

Y no es que tratemos de quitar mérito al trabajo, al buen trabajo. Pero un trabajo sensato, prudente y medio en cuanto a las necesidades que la vida nos demanda, pero nunca un trabajo que sea el centro y norte de nuestra vida, con el fin de luego derrocharlo en fiestas, juergas y borracheras. ¿Tiene esto sentido?

Cuidado, no con aquellos que nos pueden poner dificultades y tropiezos en nuestra vida, porque lo más que podrán alcanzar es quitarnos la vida corporal, pero nada más. Tengamos cuidado con Aquel que puede condenar nuestro cuerpo y nuestra alma para la vida eterna. Esa debe ser nuestra máxima preocupación, porque nuestra vida no se acaba con la muerte, eso sería una suerte, sino que continuará eternamente viviendo la amargura y la tristeza de estar separado de Dios.

Nosotros esforcémonos en vivir en la Verdad según la Palabra de Dios, confiados en que por su Amor y Misericordia, seremos llevados al gozo y la felicidad de vivir eternamente en su presencia y compañía.

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