(Jn 17,11b-19) |
Toda vida tiene un inicio, quizás feliz, pero siempre termina en un nudo con un desenlace imprevisto. Si nos fijamos en las películas y telenovelas, todas presentan la historia de un problema. Y dan la sensación que sin problemas no se puede hacer películas. Y es que la historia de las películas, sean verdad o no, están sacadas de la vida misma.
La vida, que comienza con alegría y felicidad, se enreda en su desarrollo y se llena de problemas, luchas y miserias que acaban por destruir la alegría y avivar la tristeza e infelicidad. Y es que la vida no se puede construir sin Jesús. Ese es el problema de muchos que quieren vivir su vida independientemente de Jesús, o de acomodarlo a sus intereses, caprichos y comodidades.
Muchos, quieren y exigen que Jesús les solucione sus problemas, o los problemas que causan otros. Quieren y entienden que Jesús tiene que proveerles de todo lo que carecen y necesitan. Y si eso no es así, le niegan su fe hasta rechazarle y enfadarse. Obvian sus responsabilidades, sus deberes y todo lo que han recibido para el camino de sus vidas.
Es el mundo quien ocasiona los problemas, porque odian la Palabra de Jesús y le rechazan. Y también lo harán con los seguidores de Jesús. El mismo Jesús nos lo dice hoy: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno.
Nos espera un camino como el de Jesús. El mundo nos odia porque la Verdad de Jesús, la que también nosotros intentamos proclamar, le molesta. Y trataran de llenarnos el camino de cruces. Por eso hay odio, venganzas, explotaciones, egoísmos que someten y esclavizan a los demás, luchas, guerras y muertes.
Sin embargo, nos llena de esperanza que Jesús no nos deja y pide al Padre por nosotros: Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.
Confiados en esa Palabra que Jesús eleva al Padre, y seguros de que en Él estaremos seguros y venceremos, aceptamos nuestra cruz y cargamos con ella. No por resignación, sino por amor. Porque Jesús también lo hizo y ruega por nosotros y también por aquellos que se entregan al mundo rechazándole.
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