(Jn 17,20-26) |
No hay mayor esperanza y tesoro que el saber que Jesús, nuestro Señor, reza al Padre por todos nosotros y por aquellos que, por nuestras humildes y sencillas palabras impulsadas y dirigidas por el Espíritu Santo, creen también en Él. Y no son conjeturas ni deducciones o supocisiones mías sino que es Palabra de Dios: En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Y eso supone que todos, si queremos seguirle, tendremos que unirnos y amarnos para intentar latir y sentir al unísono su mismo Espíritu. Todo encaja con el mandato del mandamiento nuevo: Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros (Jn 13,34).
Pero ese seguimiento es asumido y querido desde la libertad que el Padre nos ha dado. Un seguimiento desde el convencimiento que es lo mejor, lo que buscamos y deseamos. Porque nada supone mayor tesoro que el vivir en plenitud de gozo eternamente.
Y eso significa vivir junto al Padre y su Hijo, Jesús. Por eso, desde ahí, saber que el Hijo, nuestro Señor, reza al Padre para que nos mantengamos unidos, es el mayor testimonio de amor y de esperanza que nos da fuerza y la misma gloria reciba por Él: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Y esa es nuestra meta y nuestro objetivo, el amarnos hasta esta unidos como el Padre y el Hijo lo están. Y para eso tenemos y contamos con la acción del Espíritu Santo.
Gracias, Señor, porque estás en nosotros y continuas dándonos a conocer el Nombre del Padre, para que el amor con que el Padre te ha amado esté en nosotros.
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