Ser invitado por Jesús a seguirle tan directamente y en su presencia es una dicha que no todos pueden decir eso: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme». Algunos han querido y no se les ha invitado a seguirle tan de cerca. Ese uno, que se negó a ir con Él, apegado a sus riquezas ha escondido hasta su nombre. No se sabe ni quien era, sólo ese uno.
Muchos pensamos que podía ser un joven rico, otros un hombre bien situado y el resto, uno. Uno de tantos que quieren vivir los mandamientos, que Jesús nos ha dejado, porque entienden que es lo que arreglaría la convivencia entre los hombres y los problemas del mundo, y nos daría lo que buscamos, la Vida Eterna, pero que prefieren hacerlo como ellos lo piensan o lo ven, y no como Jesús los propone. De alguna manera quieren comerse la manzana, pero no como Dios, el Padre manda, sino como ellos prefieren y quieren.
Esa fue la respuesta de aquel hombre, de que no se conoce ni su nombre, y que, apegados a sus riquezas y preferencias mundanas, no ha dejado huella en la historia, sino la de uno que se acercó a Jesús a preguntarle por la herencia de la Vida Eterna. Porque sus riquezas han pasado y de nada le han servido. Con ellas no ha ganado lo que deseaba, la Vida Eterna.
Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!». Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios».
Estoy pensando que, ahora mismo, Jesús sigue mirando a su alrededor y no está diciendo lo mismo. Porque mientras para cada uno de nosotros, nuestras riquezas sean lo importante, estaremos negando la invitación del Señor. Las riquezas, el poder, la suficiencia, la comodidad, el descompromiso y todo lo que nos instale en la despreocupación por mejorar y contribuir al bien de los demás, es una respuesta negativa a la invitación que Jesús no hace.
No perdamos esta oportunidad de alcanzar la verdadera riqueza, que es la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad en la Casa del Padre. No perdamos esta invitación que Jesús, de parte del Padre, y con la participación del Espíritu Santo, enviado para señalarnos e instruirnos el Camino, nos hace y nos brinda. Confiemos en su Palabra y abramos nuestro corazón a su propuesta.
No perdamos esta oportunidad de alcanzar la verdadera riqueza, que es la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad en la Casa del Padre. No perdamos esta invitación que Jesús, de parte del Padre, y con la participación del Espíritu Santo, enviado para señalarnos e instruirnos el Camino, nos hace y nos brinda. Confiemos en su Palabra y abramos nuestro corazón a su propuesta.
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