jueves, 22 de septiembre de 2016

LA PRESENCIA DE JESÚS SE HACÍA NOTAR

(Lc 9,7-9)

No pasaba desapercibido Jesús. Su presencia armaba líos, discusiones y tensión. Para unos era un profeta; para otros era la solución a sus males; otros se maravillaban de sus Palabras y promesas, pero otros se preguntaban qué hacer para quitarlo del medio, porque les estropeaba sus planes. De cualquier forma, Jesús no pasaba indiferente y su presencia se hacía notar.

Herodes no era menos. Estaba inquieto, curioso e interesado en saber de ese Jesús. Y le buscaba para conocerle. Sin embargo, su búsqueda no era una búsqueda seria, profunda y trascendente, sino una simple curiosidad por descubrir de donde venía tanto alboroto y tanta fama. De querer presenciar esos milagros que de Él se decía.

 Y cuando le ve se decepciona ante la imagen de sencillez, humildad y ternura que ve en Jesús, y la respuesta de silencio que recibe ante sus preguntas y curiosidades. Jesús no advierte en él ningún interés sincero y verdadero, más lo delata como un corrupto y depravado. Había sido él quien mandó a decapitar a su primo Juan el Bautista, y Jesús no le acusa.

¿Qué nos ocurre a nosotros? También nos decepciona Jesús. Ahora no podemos verle en carne y hueso, pero le tenemos más cerca y a cualquier momento y hora. Está entre nosotros cuando nos reunimos en su nombre y en todas aquellas personas que sufren y están necesitadas. Está en el Sagrario, donde podemos ir a verle y adorarle. Sólo, quizás, nos falta la fe.

Aprovechemos estos momentos para pedírsela y abrirnos a ella, porque este mundo, suficiente y prepotente se niega a verle. Creyéndose sabios están ciegos y víctimas de sus propios errores.

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