Mt 13,31-35) |
Sí, estamos llamados a la Santidad. Eso significa que, desde nuestra condición pecadora, pequeña y pobre, estamos llamados a ser grandes, perfectos y gloriosos. Porque nuestra meta es ser parecidos a Jesús. Y, parecidos, significa que seamos lo más exacto a su estilo de vida, a su Palabra y Proclamación.
Dios, el Padre que nos ama tanto, nos ha entregado lo máximo, lo más grande: su Hijo Primogénito. El Tesoro más hermoso y grande. Y nos lo ha entregado para que nosotros, fijándonos en Él tratemos de parecernos a Él. Porque, ese es el Camino, la Verdad y la Vida.
Y no nos importe ni desespere el que seamos pequeños, pobres y humildes. No importa. Si dejamos entrar la Gracia del Espíritu Santo en nuestra tierra, pobre y humilde, nuestro corazón empezará a crecer, y crecerá tanto que se hará un árbol enorme, donde otros humildes y pequeños pajarillos vendrán a anidar y dar vida a otros polluelos.
Lo mismo ocurrirá con la levadura, que siendo pequeña, pero introducida en tres medidas de harina, fermentará esa masa hasta hacerla grande y alimentar a todos. El secreto está en dejar entrar la Gracia del Espíritu y acogerlo con verdaderos deseos de que fertilicen nuestro propio huerto para dar buenos y hermosos frutos abundantes para todos.
Si, esa es nuestra meta, la Santidad. Y no podemos quedarnos instalados y conformes con nuestro estado y situación. Somos peregrinos en activa peregrinación y crecimiento y eso exige constante esfuerzo, búsqueda y desenterrar nuestro Tesoro para que resplandezca y brille, por la Gracia de Dios, alumbrando a todos aquellos que se acercan a sus pasos.
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