Mt 6,1-6.16-18 |
En muchas ocasiones y circunstancias vivimos de las apariencias. Muchas veces de forma inconsciente y otras conscientes. Son estás últimas las más graves, pues son intencionadas y buscadas para esconder nuestra realidad y engañar. Siempre, las apariencias, son malas. Incluso las inconscientes, porque tratan de distorsionar nuestra realidad y presentar otra. Si bien, las que son consecuencia de un impulso inconsciente y como mecanismo de defensa para escondernos no se nos puede imputar, siguen siendo malas reacciones de nuestro corazones impuros y viciados por el pecado.
Porque, cuando estamos en la verdad nada debemos esconder. No hay nada que temer y nuestra humildad debe ser tal que todo lo acepta y lo asume. Incluso esas espontáneas intenciones que nos retratan y descubren nuestras debilidades y malas intenciones. Indudablemente que somos impuros, como aquel leproso del Evangelio del domingo, pero limpiados por la Misericordia y el Amor de nuestro Señor Jesús, que ha venido a limpiarnos y a purificarnos.
Por lo tanto, el Evangelio de hoy nos advierte de nuestra discreción y humildad. Nos conmina a ser discretos y no vanagloriarnos de nuestras buenas obras. Nos conmina a guardar en secreto todas nuestras acciones que miran a ayudar a los necesitados y a escondernos en nuestras oraciones. Es decir, a no presentarnos como fachada de modelo de oración y a lucirnos delante de los otros. A no tomarnos como modelo en esos momentos de oración, que luego no tienen la respuesta real que se deduce.
Es decir, vivir de las apariencias y tratando de pregonar todo lo bueno que hacemos, escondiendo lo malo y nuestras segundas intenciones. Se trata de ser auténticos y de manifestar en cada momento la verdad, y a no aprovecharnos de nuestros sacrificios y buenas obras para ser visto y considerados delante de los demás. Porque, de ser así, ya estamos pagados. ¿Qué más premios quieres?
Tú y yo debemos de seguir los pasos y consejos del Señor. Ser humildes exige amar sin pedir nada a cambio, y en ello está contenido el silenciar nuestro obrar y rezas, porque el verdadero amor es aquel que se da gratuito y sin lucimiento. Señal de que es verdadero amor que sólo busca el bien del otro.
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