Mc 8,14-21 |
Llevo muchos años caminando hacia el Señor, a pesar que también interrumpí ese camino un largo tiempo. Doy gracias al Espíritu Santo por haberlo retomado otra vez. Sin embargo, al hilo de la reflexión de este pasaje evangélico, me pregunto: ¿dónde y cómo está mi corazón? Porque, creyendo que voy detrás de Jesús puedo tener el corazón en otras cosas que me impiden verle bien.
El Evangelio de hoy habla sobre esa ceguera que nos impide ver realmente al Señor. Mientras el Señor nos advierte sobre ciertos peligros que en el mundo nos acechan, nosotros discutimos sobre estadísticas, estrategias y otras cosas que van más directamente a lo material , a lo tangible y cuenta de resultado que a la propia salvación. Nos entretenemos en contar los números de los cristianos que en analizar qué cristianos somos.
En ocasiones nos deslumbran los acontecimientos extraordinarios y quedamos perplejos en ellos. El mundo se llena de luces y nos deslumbran, pero son luces fugaces que pasan rápidamente. No podemos quedar atrapado en ellas. No debemos dejar endurecer nuestros corazones ni permanecer con nuestros ojos cerrados, porque el mundo nos confunde y nos engaña. Esa es la levadura de los fariseos y de Herodes. Luchan y trabajan para que la Gracia del Señor no llegue a nuestros corazones. Nos señalan un camino equivocado, erróneo y de perdición.
Necesitamos despertar y no quedarnos sólo con los hechos y las obras. El Señor está por encima de eso y nos llama a que creamos en Él. Nos ha dado pruebas para que nuestra torpe mente se dé cuenta y espabile. Él ha multiplicado los panes y puede con todo. Pero, tú y yo, por el testimonio de los apóstoles, sabemos que Jesús ha Resucitado y que nos promete resucitar con Él.
Por lo tanto, no nos dejemos engañar por esos que amasan una levadura falsa, mezquina, engañosa y que quiere confundirnos, como aquellos fariseos y Herodes pretendían con los discípulos de Jesús. Tengamos nosotros más cuidado y no nos dejemos contagiar por esa levadura mundana que trata apartarnos de Dios.
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