A lo largo de toda nuestra vida se nos plantea la identidad de Jesús. Ponemos interrogantes y dudas que nunca dan respuestas concretas al misterio de la identidad de Jesús. Preguntar por la identidad de Jesús es, en mi humilde opinión, preguntarnos por la identidad de Dios. ¿Quién es Jesús? Sencillamente, tal y como respondió Pedro: El Hijo del Dios Vivo.
De la misma manera quiero responder yo. No quiero razonar la respuesta ni darle más vuelta. Sé que tengo razones, pero, también sé que hay dudas y misterios que nunca llegaré a entender en este mundo. Sólo, en la presencia del Señor, en el otro, la luz será total. Para entonces ya no tendrás otra opción que la de recibir lo que en este mundo hayas dado por amor gratuito y desinteresado.
Es absurdo querer seguir al Señor desde nuestras simples fuerzas. No podemos ni estamos preparados para ello. Él no corresponde a este mundo, porque, entre otras cosas, es el dueño del mundo. Nosotros sí, somos de este mundo y para ir al otro tendremos que ser llevado por Él. Le necesitamos y nos ponemos en sus Manos. Es verdad que estos momentos de Pasión son momentos difíciles y de tristeza. Son momentos de aparente derrota y de presunta muerte, y el entorno no invita a la alegría ni a la esperanza.
Jesús experimentó esa soledad de quien se queda sólo ante el peligro. Todo permanece en silencio y la oscuridad se apodera del ambiente. Es necesario este paso para que luego, cuando el Señor sea levantado, la Luz vuelve a la Vida y la salvación sea denominador común en la alegría de todos los hombres. Tú, Señor, eres Jesús, el Hijo de Dios Vivo, que has Resucitado de entre los muertos, y te has aparecido durante cincuenta días a tus amigos, discípulos y fieles.
Y has constituido tu Iglesia. Esa misma Iglesia que hoy, bajo la autoridad que le viene del Espíritu Santo, el Papa Francisco dirige con mano firme hacia tu Casa. Danos, Señor, la fuerza de perseverar, de seguir tus pasos y no desfallecer.
Y has constituido tu Iglesia. Esa misma Iglesia que hoy, bajo la autoridad que le viene del Espíritu Santo, el Papa Francisco dirige con mano firme hacia tu Casa. Danos, Señor, la fuerza de perseverar, de seguir tus pasos y no desfallecer.
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