sábado, 21 de abril de 2018

CARNE Y ESPÍRITU

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Jn 6, 60-69
La cosa se pone dura e imposible de entender. El lenguaje de Jesús no se entiende, ¿cómo comer su carne y beber su sangre? ¿Acaso eso se puede hacer, y, caso que así fuera, es suficiente para todos? La perplejidad es enorme y el desconcierto les sobrepasa. Por eso, ante la desconfianza exigen señales o pruebas que les convenzan de lo que oyen. No se fían y piden credenciales.

Jesús les advierte, ¿esto les escandaliza? ¿ Y si vieran al Hijo del Hombre subir donde estaba antes? ¿Les bastaría eso para creer? El Espíritu es quien da la Vida y la carne no sirve para nada.

El hombre no cree sino lo que ve y lo que abarca su corta razón. Está sometido a la materialidad y a la carnalidad, y rechaza al Espíritu y a la Vida. La carne no sirve para nada, nos dice Jesús, pero, a pesar de todo eso, el hombre continúa erre que erre y se aferra a la carnalidad de sus sentidos y, por lo tanto, a abandonar el seguimiento a Jesús. Y no debe extrañarnos, porque todavía, en plena actualidad, hay muchos hombres y mujeres que siguen en esa actitud. Inamovibles, no se fían de Jesús.

Posiblemente, Jesús nos haga hoy la misma pregunta: ¿También tú quieres marcharte? Ante esa pregunta, los apóstoles, decidieron quedarse. Tuvieron fe y confianza en la Palabra de Jesús y se abandonaron en sus Manos. Pero, ahora, después de dos mil años te toca a ti y a mí responder. Y tendremos que decidir si realmente queremos, a pesar de todas nuestras dudas e interrogantes, permanecer a su lado y seguirle, u optar por el camino que el mundo en que vivimos nos ofrece.

Decidir seguir a Jesús, nos lo ha advertido Él mismo, no será una decisión fácil, pues el camino está lleno de incertidumbre, peligros y tentaciones. Seguir a Jesús exige renuncias, sacrificios, molestias, problemas, esfuerzos y mucho amor. Amor que exige darse más allá de lo que te gusta y a quien te gusta, incluso al enemigo. Pero, ¿no vale mucho, más que todo eso la Vida Eterna? 

Realmente, seguir a Jesús vale la pena, a pesar de los pesares, porque recibimos, en su momento, cien veces más. En ello descansa nuestra esperanza y está nuestra plena felicidad eterna.

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