Jn 3,31-36 |
Ni tampoco la eternidad. Luego, hay dos opciones: a) aceptar que eso es así y resignarse a vivir tal y como la vida se le presente hasta que llegue el momento de que todo termine. O, b) levantar la mirada y creer en la buena Noticia que Jesús, el Hijo de Dios Vivo, nos ha revelado. Y, con la mirada puesta en Él, aspirar a la trascendencia de nuestra vida. Esa otra vida donde alcazaremos definitivamente la Felicidad Eterna. Porque ese es el anuncio de la buena Noticia.
El mundo no se adapta a la verdad que el mismo pregona, pues en él hay de todo. Y la mentira prevalece a la verdad. Vemos que hay muchas injusticias, guerras, explotaciones, robos, muertes y toda clase de atropellos que son causa de la mentira y de la ambición desmedida y egoísta del hombre. Solo Dios, que ha enviado a su único Hijo, Jesús, nos presenta el verdadero Camino, Verdad y Vida.
Porque, Jesús no es de este mundo, Él nos lo ha dicho: Mi Reino no es de este mundo -Jn 18, 36- y nos revela donde está nuestro gozo, felicidad y eternidad. Y no sólo nos lo dice, sino que sus obras hablan también en la misma dirección. Sólo quien viene de arriba puede y tiene autoridad para someter todo lo que está abajo, porque está bajo sus dominios. Servicio y testimonio siempre van juntos, porque el uno refuerza y afirma al otro.
Quienes creen en el Señor, no sólo alcanzarán la felicidad sino que vivirán eternamente. Sin embargo, hay que puntualizar que esa felicidad que el Señor promete esta referida a ese otro mundo del que Él nos habla. Esto significa que en este mundo, no por el hecho de creer y seguir a Jesús, todo se nos va arreglar. Es el recorrido que tendremos que vivir como todo el mundo y cargar con nuestra cruz. La felicidad prometida es respecto a la trascendencia y este mundo digamos que son las oposiciones para alcanzarla gozosamente.
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