No está tranquila y permanece junto al sepulcro embriagada de llanto y desconsuelo. Su amor no recibe consuelo y busca el Cuerpo del Señor para cuidarlo y perfumarlo. Ignora su resurrección, pero nada le impide buscarlo aunque sea muerto. Y, como todo el que busca recibe, María Magdalena encuentra la respuesta a su inquietante búsqueda. Jesús se le aparece y aunque ella no le reconoce, Jesús se le muestra llamándola por su nombre, ¡María!
Es entonces cuando se da cuenta de que es el Señor y exulta de alegría. Más, Jesús le dice: No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y al Dios vuestro". María Magdalena fue y anunció a los discípulos: "He visto al Señor y a dicho esto".
También nosotros hemos recibido esta buena Noticia de la Resurrección del Señor Jesús. Y buena porque ella nos implica también a nosotros. Si Jesús ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Y esa es la aspiración a la que todos aspiramos, valga la redundancia. Por lo tanto, la Cruz es nuestra victoria y el signo del triunfo, porque es en la Cruz donde el Señor ha triunfado venciendo a la muerte.
Des esta forma, María Magdalena se convierte en la primer apóstol de los apóstoles. Es la primera que da la noticia de la Resurrección del Señor, y transmite el encargo de ir a Galilea donde le encontrarán. Digamos que, María Magdalena, por su amor al Señor, que la lleva al sepulcro a ponerle flores y perfume, es la elegida para dar la primera noticia que cambia al mundo y nos llena de esperanza.
Jesús ha Resucitado, yo lo he visto y he hablado con Él, y me ha dicho que vayamos a Galilea. El testimonio de María Magdalena es inapelable y firme. Abramos también nosotros nuestros ojos y vayamos a Galilea. La Galilea de nuestra vida, de nuestros actos de amor. La Galilea de nuestra fe donde podemos también dar esa buena Noticia a todos los que se crucen con nosotros en nuestra vida.
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