Lo de Tomás es algo muy común y que ocurre en muchos lugares y personas. Nos cuesta mucho reconocer algo que no hemos visto. Incluso, cuando nos habla alguien que sus palabras nos merecen crédito, nos cuesta reconocerlas. Sobre todo, cuando de lo que se trata es algo que no cabe en nuestra cabeza, tal es el caso que nos ocupa, la Resurrección del Señor.
No sólo Tomás, sino todos los apóstoles estaban escépticos y desconfiados. No porque no dieran crédito a las Palabras de Jesús, sino porque eso no lo podían entender. Ni tampoco nosotros. Si creemos es porque nos fiamos y nos abandonamos en el Señor, pero no porque lo entendamos. Luego, es muy normal la reacción de Tomás, aunque él conocía al Señor y había presenciado sus obras y tenía ahora el testimonio de sus compañeros. Por lo tanto, no tenía muchas excusas Tomás para no creer. Había más razones que dudas para confiar en el Señor.
Sin embargo, Tomás duda y se cierra a creer. Llegados a este punto conviene mirar para nosotros y preguntarnos también, ¿por qué no creemos? ¿No tenemos el testimonio de los apóstoles derramados en los Evangelios? ¿No tenemos el testimonio de la Iglesia, que continúa la misión de Jesús? ¿Es qué quiero provocar a Jesús exigiéndole verle para creer? Eso es precisamente la sin razón de Tomás. Él conoce a Jesús y ha visto sus obras y escuchado su Palabra, y sus compañeros le reafirman que ha estado con ellos. ¿Qué le ocurre a Tomás?
Supongo que lo mismos que a todos nosotros. El misterio de la fe nos sobrepasa y sólo podemos aceptarla fiándonos de la Palabra del Señor. Tomás tuvo el privilegio de que Jesús aceptara su reto, pero dejó bien claro que aquellos que creyeran si ver serán bienaventurados. Y eso es todavía mejor, porque somos bienaventurados los que, a pesar de nuestras dudas, nos esforzamos en confiar y ponernos en sus Manos -Jn 20, 29-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.