Son muy pocos los que se paran y hacen un alto en camino de sus vidas para pensar a dónde se dirigen. Pocos que tratan de reflexionar que camino tomar, y menos los que son capaces de descubrir lo que buscan. Por otro lado, todos tratamos de satisfacer nuestros egoísmos dando riendas sueltas a nuestros intereses y satisfacciones. Muchos sin saber lo que buscan se afanan en vivir bien, placenteramente y felizmente.
Todos, consciente e inconscientemente buscamos la felicidad. La diferencia es que no sabemos donde buscarla, o que creemos que en este mundo la podemos encontrar, y creamos nuestros propios dioses: Internet, móvil, viajes, trabajo, riquezas, poder...etc. Y experimentamos que eso no nos llena plenamente quedándonos vacíos, huecos e insatisfecho. La vida se nos va consumiendo y esa felicidad tan ansiada no llega. Es más, nuestro cuerpo, que también ha ocupado una parte importante de esa felicidad que nos hemos fabricado, se hace viejo y se empieza a romper.
Seguir a Jesús no es simplemente querer y tener voluntad, sino ponerse en sus Manos y abrirse a la Gracia del Espíritu Santo para recibir toda la Gracia necesaria para el desprendimiento de todo aquello que entorpece nuestra vida y posterga a Jesús. Ello nos exige poner nuestra mirada en el Señor dejando todo lo demás en un plano secundario. Y eso es superior a nuestras fuerzas. Sólo injertados en el Espíritu Santo podremos soportar el camino tras los pasos de Jesús.
Jesús nos lo ha dicho muy claro: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».
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