Mt 12,1-8 |
Somos muy ávidos a poner leyes prohibiciones para organizar el tiempo y las costumbres de los hombres, y, de alguna manera, controlar los movimientos y administrar el ritmo social y todas las consecuencias económicas y otros intereses que de ello se desprende. El hombre tiende a controlar todo lo que se mueve a su derredor, y para eso pone leyes.
Pero, salta la pregunta, ¿es la ley lo verdaderamente importante? O proclamada de otra forma, ¿es la ley más importante que el ser humano? A lo que podemos añadir, ¿es más el sacrificio que la misericordia? El sentido común nos descubre claramente que se impone la verdad y la justicia. Y eso nos lleva a desvelar que es la persona humana la prioridad y todo debe estar sometido a su bien y felicidad.
Aunque lo sentimos así porque sale de nuestro interior y de nuestro sentido común, la verdad no está en la ley sino en lo que esa ley sirve para el provecho y bien del hombre. Por lo tanto, la leyes deben estar contenidas en la verdad porque son hechas para servir al hombre. Y Jesús, el Señor, nos lo deja muy claro en el Evangelio de hoy: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».
Ahora, saca tu mismo tus propias conclusiones desde la Palabra de Dios que nos ilumina y nos alumbra.
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