Mt 11,28-30 |
A veces nos parece que somos incombustibles y que no nos cansamos. Sí, sabemos que tenemos que dormir y descansar, pero creemos que el descanso nos repara y nos recarga para volver a empezar. Eso es así, pero también sabemos, por experiencia propia y de otros, que hay cansancios que, a pesar de que tenga su correspondiente descanso, no terminan por aligerarse y encontrar el sosiego y la paz.
Porque, hay cansancio físico, psíquico y espiritual. Posiblemente, el físico sea más fácil de reponer, pero el psíquico y espiritual se hacen más difíciles, a pesar del descanso, de reponerlos. Y es que hay momentos y situaciones que nos sobrepasan y nos alteran la vida. En esas circunstancias el descanso no es posible y tendremos que hacer uso de fármacos que nos duerman y, aparentemente, nos permitan descansar. Porque, la realidad es que siempre estamos angustiados y atormentados.
Jesús se dirige hoy en el Evangelio a esas personas. A todos aquellos que nos sentimos en muchos momentos de nuestras vidas desesperados, desfallecidos, desilusionados, derrotados y sin ánimo para continuar en la batalla diaria contra las fuerzas del mal que nos amenazan con aplastarnos y ponernos en situación de dejarnos llevar por la corriente del conformismo, de la satisfacción, de la comodidad, de los placeres y del abandono de nuestra conciencia.
Ante esta dura realidad que nos presenta el camino de cada día, Jesús, consciente de nuestras debilidades nos dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera». Simplemente, cree en Él y abándonate en sus brazos, porque en Él encontrarás el gozo y la paz que el mundo nunca te pueda dar.
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