Lc 3,15-16.21-22 |
Llega el momento esperado, pero también el momento buscado. El Evangelio dice: En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante... Y en esa actitud se preguntaban si Juan era el Mesías prometido. También nosotros podemos hacer esa reflexión: ¿cómo está nuestra actitud ante la espera? ¿Hemos encontrado al Mesías, a ese Dios hecho Hombre que, ahora, reunidos en torno a su mesa nos disponemos a recibir como alimento espiritual? ¿Y le seguimos?
Y en nuestro seguimiento tomamos la actitud que nos testimonia Juan el bautista poniéndome detrás y menguando para que nuestro humilde obrar refleje al Señor. Sea Él quien crezca y quien refleje nuestra vida en contacto con los demás. Jesús es el centro de todas las profecías. Desde el principio todo fue hecho para tener su cumplimiento en Él, y llegada su hora, igualado a los hombres menos en el pecado, pasa también, por voluntad propia, estando libre de todo pecado, por el Bautismo.
El Bautismo es el momento de su presentación. El Padre presenta a su Hijo y nos invita a escuchadle y a hacer lo que Él nos dice. ¿Estamos nosotros en esa actitud? Para eso, también nosotros hemos recibido el Bautismo y el mismo Espíritu Santo que guió a Jesús. Y que nos asiste, nos conduce y nos guía si le dejamos, y por el cual podemos hacer lo mismo que Jesús y aún cosas mayores - Jn 14, 12-13 -.
El profeta Isaías nos describe como actuará Jesús: sin violencia, sin gritos y asperezas... lo hará en silencio y suavidad. No cortará la caña quebrada sino que la ayudará a mantenerla firme; abrirá los ojos a los ciegos y librará a los cautivos. Y todo eso se cumple en Jesús. Realmente Él es el Mesías y de todos esos beneficios y gracias nosotros somos los beneficiados, tal y como nos dice San Pedro en la lectura de los hechos, porque el Espíritu Santo estaba con Él.
También está con nosotros y, si creemos en Él, haremos las mismas cosas. No perdamos las esperanzas y dejémonos llenar de la Gracia del Espíritu Santo, que nos transforma y nos convierte.
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