La razón queda anulada por el sentimiento de venganza y la mente se ofuzca y queda sometida y sumisa en una terrible oscuridad que sólo piensa en responder según sus pensamientos y fuera de la lógica racional. Es lo que se desprende de aquellos fariseos amigos de la ley que sale de sus pensamientos y que, posiblemente, no cumplirían si el enfermos fuese su hijo o algún personaje relevante de sus entorno.
Cuando la ley es igual para todos se pone en favor y para el servicio del hombre. Sólo, cuando favorece a unos y no a otros, la ley es mantenida por imperativos de unos y en perjuicio de otros. No entra dentro del sentido común que la economía se anteponga al bien de la persona humana. No entra dentro de ninguna ley que no se proteja y se defienda el derecho de las personas a tener una vida digna y unos derechos que les proteja de la barbarie y explotación de otros.
¿Sucede eso con los emigrantes que, por razones de libertad, de carencia de todo tipo, de pasar hambre, de pocas esperanzas para tener una vida digna tienen que emigrar de sus respectivos países. ¡Y de qué manera! Escapando ocultamente, pues no tienen el derecho a elegir donde quieren vivir. Las leyes deben favorecer al hombre y a mirar a su bien, porque, para eso ha sido creado todo lo que existe a su derredor y donde él es el centro como dueño y administrador, cuidando que todo sea utilizado con justicia y de forma equitativa.
Esa fue la causa por la que Jesús dejó escapar una mirada irónica a todos los que le rodeaban con una expresión de pena por la dureza de sus corazones y, llamando al hombre le dijo: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano.
Ahora nos toca a nosotros sacar nuestras conclusiones. ¿Está la ley para servir al hombre, o el hombre para someterse a la ley? ¿Cuál debe ser el espíritu de toda ley, servir al bien del hombre o poner al hombre límites que contradigan su bien? La Misericordia de Dios busca el bien del hombre, y ese bien pasa por comprender sus errores, sus vicios y pecados dándole siempre la oportunidad de, no de tomar represalias y venganza, sino de corregirse, arrepentirse y descubrir la verdad que sólo busca su bien.
Cuando la ley es igual para todos se pone en favor y para el servicio del hombre. Sólo, cuando favorece a unos y no a otros, la ley es mantenida por imperativos de unos y en perjuicio de otros. No entra dentro del sentido común que la economía se anteponga al bien de la persona humana. No entra dentro de ninguna ley que no se proteja y se defienda el derecho de las personas a tener una vida digna y unos derechos que les proteja de la barbarie y explotación de otros.
¿Sucede eso con los emigrantes que, por razones de libertad, de carencia de todo tipo, de pasar hambre, de pocas esperanzas para tener una vida digna tienen que emigrar de sus respectivos países. ¡Y de qué manera! Escapando ocultamente, pues no tienen el derecho a elegir donde quieren vivir. Las leyes deben favorecer al hombre y a mirar a su bien, porque, para eso ha sido creado todo lo que existe a su derredor y donde él es el centro como dueño y administrador, cuidando que todo sea utilizado con justicia y de forma equitativa.
Esa fue la causa por la que Jesús dejó escapar una mirada irónica a todos los que le rodeaban con una expresión de pena por la dureza de sus corazones y, llamando al hombre le dijo: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano.
Ahora nos toca a nosotros sacar nuestras conclusiones. ¿Está la ley para servir al hombre, o el hombre para someterse a la ley? ¿Cuál debe ser el espíritu de toda ley, servir al bien del hombre o poner al hombre límites que contradigan su bien? La Misericordia de Dios busca el bien del hombre, y ese bien pasa por comprender sus errores, sus vicios y pecados dándole siempre la oportunidad de, no de tomar represalias y venganza, sino de corregirse, arrepentirse y descubrir la verdad que sólo busca su bien.
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