Mc 1,21-28 |
Jesús asombra y sus palabras arrancan admiración y sorpresa. El pueblo no está acostumbrado a oír hablar de esa manera ni a que esa Palabra también se realice. Son palabras de verdad y de justicias. Son palabras que liberan, que llegan al corazón y que sanan las dolencias y enfermedades. Son palabras que dan sentido y esperanza a la vida. Es una manera nueva de hablar.
Son palabras que se corresponden con los que los corazones de los hombres demandan. Son palabras que responden a los interrogantes que los hombres se plantean y le da soluciones. Son palabras que tienen el poder de liberar y de dar repuesta y solución a las dificultades, desesperanzas y obstáculos que los hombres encuentran en el camino de sus vidas. Jesús desprende admiración y la gente asombrada quedan perplejos ante su forma diferente de enseñar, con autoridad y sabiduría.
Pero, su Palabra no es una Palabra sólo del ayer, sino que hoy se actualiza también si la escuchas y la lees con fe, con serena reflexión interiorizada y tratas de llevarla a tu vida. Una Palabra que, desde la meditación interior y profunda, se hace vida y transforma tu corazón. Una Palabra que se hace alimento en la Eucaristía y que transforma el corazón de aquellas personas que viven en la verdad y la justicia.
Jesús es el Señor y su autoridad se desprende, no ya de lo que dice, sino de su identidad como el Hijo de Dios. Su Palabra se hace Camino, Vida y Verdad, y se apoya y le viene dada por ser el Mesías, el enviado, el predilecto en el que el Padre se complace. En Él se cumple todo lo profetizado y proclama con suavidad, con seguridad, con ternura, con autoridad y sin violencia ni aspereza. Una nueva forma de enseñar que hasta los espíritus inmundo le obedecen.
Su autoridad queda manifiesta y su doctrina se hace nueva porque lo que dice lo realiza con poder y firmeza. Nada se había visto igual. Jesús asombra y enseña con verdader autoridad haciendo precisamente el bien y proclamando la verdad.
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