Con mucha frecuencia hablamos del tiempo, pero no del tiempo climatológico, sino del tiempo de nuestra vida, que marca nuestro quehacer diario. Solemos decir que nos falta tiempo, o que no tenemos tiempo para muchas cosas que, sin darnos cuenta, no son sólo necesaria sino imprescindible. Marcamos una ruta de jerarquía que suele estar dominada y sometida a lo material, a lo productivo, a lo económico.
Nuestro tiempo está influenciado y dirigido a la productividad económica. Todo lo que da rendimiento o abaratamiento del gasto económico nos interesa. Y en esa línea organizamos y disciplinamos nuestra vida. El tiempo para la contemplación lo sacamos en los ratos libres o, quizás, cuando no tenemos nada que hacer. Craso error que enturbia nuestra vida y nos somete más a las pasiones y espíritus mundanos.
La oración, es decir, nuestra relación con Dios es tan necesaria como imprescindible. Necesitamos orar porque en ello, no sólo nos va la vida y la eternidad, sino la felicidad y el gozo eterno. Eso que realmente buscamos por caminos equivocados, tal es el trabajo orientado a la productividad y a la economía. Hoy, el Evangelio, nos presenta a Jesús repartiendo su tiempo en la atención a la gente que le busca y buscando luego su tiempo de oración con el Padre.
Jesús nos muestra la necesidad de estar en el mundo, pero sin dejar de estar unido al Señor. La oración es el alimento espiritual que nos fortalece y nos vivifica para, luego, desempeñar nuestra tarea de servicio entre los hombres. No descuida la entrega y la respuesta a los que piden su auxilio y le buscan para que calme sus padecimientos y sanen sus enfermedades. Pero, de la misma forma, busca el tiempo que necesita para meditar y dedicarse en contemplación a la cuidada oración con el Padre.
Una lección que todos debemos aprender y tener muy en cuenta. Jesús es el Señor y nuestra referencia. Nuestra vida debe mirarse en Él y seguirle es tratar de imitarle. Por algo nos ha dicho que es el Camino, la Verdad y la Vida.
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