La apariencia y la incoherencia suelen darse la mano, pues mientras la una se esconde en la falsedad y lo irreal, la otra falsea lo que dice con el incumplimiento de su vida. De alguna formas ambas encubren una apariencia falsa de lo que manifiestan y presentan. Las palabras, por lo tanto, no significan nada cuando la vida no les respalda. Son palabras vacías y carentes de significado y valor.
Una palabra para tener valor y credibilidad tiene en ser encarnada en la vida de la persona que la proclama y manifiesta. Si hablas responde con coherencia a esa palabra hablada con encarnarla en tu propia vida. Ese es el contenido del Evangelio que hoy nos propone la Palabra de Jesús. El buen palabrerío carece de sentido y de valor si sus palabras no tienen correspondencia en la vida. La palabra es buena y cobra todo su valor cuando se ve reflejada en la vida.
La oración, pues, no consiste en muchas palabras. Ni siquiera en palabras armónicas y bien dichas. La buena oración es aquella que, saliendo del corazón tiene la buena y sana intención de ser vivida y encarnada en la vida de cada día. Por eso, Jesús nos enseña la oración del Padrenuestro, para que lo vivamos en cada momento de nuestra vida. Porque, no es una simple oración para recitarla y con la misma guardarla, sino que es un estilo de vida que nos insta y propone a encarnarlo cada día y a cada instante en nuestra vida.
En el Padrenuestro tomamos conciencia y recordamos que Dios es nuestro Padre y que, como Padre, debemos y tenemos la obligación de santificar su Nombre. Queremos, y se lo pedimos, que venga su Reino a nosotros, porque el nuestro ya sabemos que no satisface nuestras expectativas. Y nuestra voluntad es pecadora y débil, por lo tanto, Padre, hágase tu Voluntad, que es la buena y la que nos salva. Danos, le decimos, lo que necesitamos, tanto material como espiritual y fuerzas para perdonar como Tú, Padre, nos perdonas. Y terminamos pidiéndole que nos libre del mal. De esos peligros que nos acechan en este mundo en el que vivimos y que nos tienta para hacernos caer y alejarnos de nuestro Padre.
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