Hay dos formas de ver las cosas. La una, tal como son y de manera auténtica, y la otra, mirarla de forma aparente distorsionando tu propia realidad con la única intención de aparentar lo que no eres o haces. La primera es la verdadera, aunque bañada por nuestras propias imperfecciones, y la segunda es la engañosa, la que busca aparentar y falsear tu propia verdad.
El Evangelio de hoy nos habla en ese sentido. Descubre y denuncia aquellas actitudes que tratan de buscar ser vistas en sus actitudes de piedad o actos caritativos y fraternos con el fin de ser reconocidos y admirados. No buscan una relación con Dios desde la intimidad y humildad, sino con cierto interés aprovechándose de esa aparente y falsa relación para ser vistos, para lucrarse y lucirse ante los demás. La finalidad es desprender admiración y honores.
Sería interesante reflexionar sobre esa dispocisión en nuestra relación personal e íntima con nuestro Padre Dios. Sería bueno preguntarnos, ¿son mis oraciones y actos de caridad utilizados como un medio para buscar lucirme, exhibirme, ganar prestigio y admiración ante los demás? Sería muy bueno reflexionar sobre ese aspecto de nuestra vida y, aprovechando este momento dedicar unos minutos a contemplar mi vida de piedad y caridad desde esta perspectiva.
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