Mt 11,20-24 |
Conviene estar despierto y atento a los signos que se presenta a diario en nuestra vida. Son signos que nos hablan y descubren la presencia del Señor. ¿Qué nos ocurre entonces? Quizás, aunque confesamos nuestra fe no tenemos fe, porque, la fe se demuestra no con palabras sino con hechos. ¿Qué diríamos de Abraham si no hubiese obedecido a Dios sobre el sacrificio de su hijo Isaac? Por supuesto que no estaríamos ahora hablando del padre de la fe.
Abraham obedeció al Señor y en el momento de ejecutar su mandato un ángel del Señor le detuvo. Su fe había sido probada. ¿Podemos decir nosotros ahora lo mismo? ¿Hemos probado nuestra fe obedeciendo al Señor tratándole de escucharle? ¿Nos acercamos a su Palabra para, leyéndola, llevarla a la realidad de nuestra vida de cada día?
Nos puede ocurrir lo mismo que Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, que siendo llamada por el Señor en muchos momentos de nuestra vida pasar de largo sin prestarle atención. Podemos decir que creemos en él, pero priorizamos todo lo demás dejando para Él el tiempo que nos sobra, y muchas veces ni eso, pues lo que nos sobra lo dedicamos al ocio o al descanso.
Es cuestión de plantearnos nuestra fe y ver si realmente ponemos al Señor en el centro de nuestros corazones dándole a Él la prioridad en todas las cosas de nuestra vida. No es fácil, porque el demonio se encarga de hacernos ver lo contrario y de que aborrescamos nuestras cruces y las evitemos haciendo todo lo contrario, es decir, buscando el placer, la distracción y la buena vida. Y no es ese nuestro camino sino todo lo contrario. Abracemos nuestras cruces porque ellas son el camino para llegar a Dios. Ellas son el reclamo que nos llevan a necesitarle y a descubrirle como única salvación.
Tratemos de reflexionar y de ver que nuestra salvación no está ni consiste en ver milagros, sino en conocer realmente la Buena Noticia que nos trae el Señor y que ella nos da lo que realmente buscamos, la Vida Eterna.
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