La pregunta que todos tenemos en nuestros labios subyace en nuestra conciencia y despierta nuestro corazón. Realmente, ¿tengo limpio mi corazón? Cada día se libra una batalla dentro de mí en el esfuerzo constante por mantener limpio mi corazón. Y lo hago en la medida que me esfuerzo en vivir en la verdad, en la justicia y la misericordia. Es la lucha de cada día y la coherencia que me exige mi fe.
Porque, no basta cumplir con los ritos y las prácticas de piedad, sino que, paralelamente, mi vida interior, y principalmente en mi corazón, donde se cuecen todas las batallas, debe ir en sintonía con la vivida en el exterior. De ser de otra forma lo que transmito son puras apariencias que en lugar de dejar un buen testimonio escandalizan y alejan de Xto. Jesús.
Es pues de vital importancia sostener el equilibrio exterior e interior. Es decir, vivir sin mentiras y sin doble vida. Vivir sin apariencias, sino en la autenticidad de transmitir lo que realmente eres y crees. Si bien, eso no significa que no te reconozcas pecador y aceptes tus pecados cada día. Precisamente, tal y como dijo el Papa Francisco refiriéndose a la fidelidad y tratándola de definirla: "la fidelidad es la debilidad bien acompañada". Es decir, reconocerme débil, pecador y necesitado de ir bien acompañado.
No por cualquiera sino por alguien que pueda orientarme y acompañarme espiritualmente por el buen camino que no es otro que aquel que conduce a un encuentro con el Señor. No cabe ninguna duda que ir de la Mano del Espíritu Santo es lo más indicado, pero también necesitamos recibir buenos consejos de alguien que aquí abajo nos pueda ayudar y orientar.
Vivamos, día a día, en el esfuerzo de sostenernos limpio tanto interiormente como exteriormente transmitiendo una fe coherente y auténtica injertados en el Espíritu Santo y apoyados en la comunidad y el asesoramiento espiritual.
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