Lc 6,1-5 |
Hay muchas costumbres y ritos que nacen de una falsa idea o de una forma de ver la ley anteponiéndola a los mandatos de Dios. Así, los judíos habían conformados muchas normas y leyes que sometían al hombre a la ley sin mirar a lo que Dios proponía desde el Amor al hombre. Con sus maneras de interpretar la ley justificaban su autotraición y distorsionaban los mandatos de Dios.
El sentido común se confundía con formas de pensar hasta cierto punto incomprensibles, pues, creer que por tocar alguna imagen obtenían el favor de a quien representaba esa imagen era algo que estaba fuera del sentido común. Esa forma de pensar llevaba a confundir la santidad con algo mágico que, según sus formas de pedir o tocar, les solucionaba sus problemas.
De la misma forma utilizan al Señor como una caja mágica donde exponer la solución de sus problemas. Las leyes están para servir a los hombres y en función del bien, la verdad y la justicia, pero, no todas las leyes, escondidas en la apariencias de leyes, son buenas y están en la verdad. Hay muchas formuladas por los hombres y mediatizadas por sus egos e intereses personales. Una simple mirada alrededor nos saca de dudas.
Caminar por esos caminos que nos presenta el mundo nos advierte que sólo el Señor es el verdadero y único Camino, Verdad y Vida, y en Él debemos centrar nuestra vida. Él debe ocupar el centro de nuestro corazón y marcar nuestro tiempo y nuestros actos. Desde Él debemos actuar y en Él buscar la luz necesaria para saber donde tenemos que poner nuestra mirada y por qué caminos tenemos que seguir.
Dios, nuestro Padre, nos ama profundamente y busca nuestro bien y nuestra salvación, así que la mejor opción es dejar que mande en nuestro corazón y abrirnos a su acción.
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