Si no tuviera fe no estaría comprometido con todo aquello que no estuviese contenido en mis egoísmos. Porque, sin fe, lo que me satisfaría sería lo inmediato, lo humano, el placer, el poder y la riqueza que dan satisfacción a lo que me pide mi humanidad. Sin fe, yo sería el centro y buscaría poner la vida a mi servicio y a mis intereses. Pero, la fe compromete, y compromete con todo aquello en lo que crees. De modo que, creer en Jesús de Nazaret compromete y exige que esa fe se note y se manifieste.
Por eso, nuestro primer compromiso arranca desde la hora del Bautismo. El Bautismo nos compromete y en él recibimos la Gracia que nos acompaña y nos asiste en los momentos que, por sus dificultades, necesitamos dar testimonio de esa fe. A partir del bautismo nos acompaña el Espíritu Santo y, por Él, con Él y en Él encontraremos la sabiduría, la fortaleza y el valor para dar testimonio de nuestra fe.
La fe, por supuesto, no es un tranquilizante sino todo lo contrario. Seguir a Jesús nos exige dar testimonio de esa fe, porque, primero, es un Tesoro que todos, conociéndole, le buscarían sin cesar y, segundo, porque sería contradictorio esconderla y guardarla sin darla a conocer a los demás. Además, es innato y espontáneo anunciar la Buena Nueva que todos buscamos, porque en ella está esa felicidad eterna que nos llena de gozo y verdadera felicidad.
Todos sabemos lo que nos ofrece este mundo y, también, cuáles son sus criterios. Indudablemente que se busca el amor, pero se busca donde no está ni se puede encontrar. Porque, erróneamente, se piensa que la felicidad está en el dinero, el poder o el placer, y ahí nos estrellamos unos tras otros. Y esa búsqueda nos lleva a las injusticias, a los enfrentamientos, explotaciones, mentiras, engaños, odios, venganzas...etc.
Y, sabiéndolo caemos en él una y otra vez. Sin embargo, experimentamos que el amor es la única solución y que también la única puerta que nos lleva a la verdadera y única felicidad. Esa felicidad que no se evapora, que perdura y permanece y que, llegada la hora, se convierte en plena y eterna.
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