Posiblemente, tanto a los apóstoles como también a nosotros, esa forma de conducirse Jesús nos sorprende en gran manera. Esperábamos un Mesías fuerte, poderoso y capaz de doblegar a todos aquellos que de alguna manera se enfrentaran a su anuncio de Buena Noticia. Pero, no fue así ni era de esa forma como quiso presentarse Jesús. Su Padre, quien lo envía, tiene otros planes que pasan por la humildad, la mansedumbre y la misericordia.
Y eso, muchos no lo entendieron. Incluso algunos muy cerca de Él, tal es el caso de Judas, se decepcionaron porque esperaban otro mesías y con otra carta de presentación. Quizás, también a nosotros nos puede ocurrir algo parecido. ¿Nuestro Mesías es el Mesías del Amor? ¿O, por el contrario es el mesías del poder y la fuerza?
Hoy Jesús nos habla en el Evangelio y nos invita a huir de las confrontaciones y la violencia. No es esa su misión ni su apuesta. Él viene a anunciar la Buena Noticia que, apoyada en la mansedumbre y la misericordia, ofrece eludir todo tipo de venganza o de sentido de revancha. Por eso huye de las confrontaciones y de aquellos que le buscan para matarle. No es una huida sino su modo de ser y actuar. Él continúa sanando a todos los enfermos que se cruzan en su camino y anunciando la Buena Noticia de salvación.
Sobre todo a los más débiles y pobres y a todos aquellos que humildemente abren sus corazones a su Palabra y a su acción salvífica. El Mesías, lleno de Espíritu, manso y discreto - no alardea de sus éxitos -, que pacientemente se inclina sobre el débil - la caña cascada - intenta reanimar al mortecino - al pabilo vacilante - y así despierta siempre la esperanza. (Del Evangelio Diario de la Compañía de Jesús).
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